Cada día que pasa es el 22 que espero verte llegar, cada 20 te beso y te ganas mi corazón, cada 21 me arrepiento de no vencer mi orgullo y voltear a tu llamado aquel febrero. Estoy estancado en el día después de tu partida, estoy, pero no me ves, vas de prisas, preparas tu valija y te subes a un avión de último momento, miro el teléfono, esperando que suene, pero no lo hace y apago mi reloj; sigo en mi vida, con un ojo en la meta, el otro en la puerta, en el reloj, y en el teléfono.
Me pediste un tiempo y te lo di todo, todo te di. No me ama... eso pienso, por que la idea de perderme no te atormentaba como a mi la de perderte, por que me pediste apostar nuestro amor, jugar a olvidarme; si no lo hacías yo ganaba, pero vos no perdías; si me olvidabas no era un juego, y me quedaría esperando tu turno, el de una partida que jamás jugarías. Te di todo el tiempo que querías, pero no el mío, aunque mentía, dejé las piezas en el tablero para que jugaras, y mi corazón tenía su lugar en la mesa de las apuestas para que lo reclamaras.
Aveces me llamas y desempolvo el tablero, me mantengo a la espera, atento a tu llamado en mi puerta, miro el reloj, pero la hora no pasa, miro la mesa, y recuerdo que es 22, dos días después de que ganaste mi corazón, y comprendo que no vas a llegar, no hay nada que perder, no hay nada por el cual jugar, y el día no pasa.
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